Después del robo del reloj a Oscar Gonzalez Oro, Ines Estevez y Fabian Medina Flores hicieron su descargo ante la violencia callejera sufrida en este fin de semana.
A Inés dos chicos le quisieron robar el bolso y a Fabian, sin robarle, lo agredieron con una botella de cerveza y lo lastimaron en la nariz. Asà lo contaron:
Fabian Medina Flores en su Facebook:
“Anoche, caminábamos con Cecilia, por Palermo, 1am, disfrutando una linda noche de verano, y una divertida comida con amigos, hasta que llegando a Nicaragua y Borges, 3chicos , me saluda uno de gorra roja, bermudas y REM clara y de la nada me ataca con “algo†que me corta la nariz , shokeado y asustado, pensé que nos robaban, y corrimos por un policÃa (mujer) que hizo lo que pudo (nada, porque ni a Ella uniformada, un patrullero le paró) después de dos ha llegó ambulancia, y demás, estoy MUY BIEN, solo fue golpe y corte y mis superhéroes son Cecilia Barrionuevo y Nacho Echezarreta que estuvieron ahà para cuidarme (SIEMPRE) Ya las noches de Palermo, no son lo de antes, hay que cuidarse MAS!â€, explicó.
Y asà se refirió Ines al episodio de este viernes pasado, 17 de febrero:
Anoche mis piernas decidieron volver hasta casa caminando desde Palermo. SolÃa ser una práctica habitual hace unos cuantÃsimos años, eso de caminar a paso vivo por las noches cuando Buenos Aires se pone aireada en verano. El caso es que estando cercana a una perpendicular a Alvarez Thomas, (no puedo discernir cuál) salieron de la mas absoluta nada dos pibitos. Cuando digo pibitos digo pibitos. Quienes, evidentemente puestos de acuerdo de antemano, se dedicaron, uno, a tironear la cartera que llevaba al hombro, mientras el otro intentó un golpe duro (no acierto a dilucidar con qué, no era un arma) a la altura del estómago. VenÃa yo -por describirlo de algún modo- en un estado emocional intenso similar al de una hembra de alguna especie felina en alerta, lo cual me hizo presentir el ataque, esquivar la contundencia del golpe y aferrarme a la cartera con ambas manos, y por obra de algo que intentó uno de ellos con un pié contra el mÃo, me sorprendà girando como un trompo, la cartera tomada de las manijas, en ristre, cual Linda Carter, ciega de rabia por el atropello y pena por la desprotección, dando mazazos a cualquier elemento sólido que pudiera acercarse a un metro de distancia de ese molinete humano en el que me convertà por lo que deben haber sido unos segundos. Al cabo de los cuales los chiquitos estos se dieron a la fuga.
Levanté las pocas cosas que cayeron de la cartera, entre las cuales figuraban las toallitas de limpiar las colas de mis hijas, me soplé el flequillo con impotencia, me toqué el cuerpo para comprobar que no habÃa recibido herida alguna, alcé el mentón, y algo dolorida retomé mi marcha a paso vivo hacia mi casa.
Cuando llegué mis hijas dormÃan plácidas. Me llamaron la atención dos cosas: una, que todo el episodio habÃa transcurrido en el mas absoluto silencio, ni ellos ni yo proferimos sonido alguno; la otra, que una vez en casa, sentada al borde de la cama de mi hija mayor, lloré como una nena, pensando que dentro de 5 o 6 años tendrán la edad de esos chicos con los que tuve que boxear para defenderme de no se sabe qué. Me duele un poco un pié, bastante el estómago, y mucho, mucho, el mundo.