InicioACTUALIDADFederico Luppi ya es recuerdo con todo su talento y su oscuridad

Federico Luppi ya es recuerdo con todo su talento y su oscuridad

Falleció a los 81 años en este viernes en la Fundacion Favaloro. Y hubo un Federico Luppi brillante en su trabajo de actor, reconocido, premiado, valorado por su talento y un Luppi privado, oscuro, violento, que supo golpear a una mujer y no reconocer a un hijo.
Ahora que no está vale recordar su propia definición de “protestón profesional” y sus últimas quejas contra este gobierno anunciando que “no llego a fin de mes”, en tiempos donde el trabajo ya le era esquivo.
Nacido en Ramallo, provincia de Buenos Aires Luppi dijo que “elegí de grande ser actor para entender ese mundo mágico y caótico que es el teatro” y recordó de sus comienzos que venía de una “familia de gente gringa, de campo, muy amante de la comedieta, de la imitación. Era gente muy graciosa, con bastante sentido de lo que llamaríamos lo no solemne. Incluso en las cosas más tremendas solían meter algún tipo de figura que ridiculizara un poco la situación. En ese momento empezaban a funcionar los canales 11, 13, 9 y 7. Y a partir de ahí, lo que llamaríamos “la carrera” –no le gusta llamarla así, pero así y todo, lo hace-, no le deparó demasiados sacrificios, salvo en los períodos en los que estuvo sin trabajo y entraba poco dinero. Yo tengo un educación muy gringa, elementalista. No tenía demasiadas ambiciones cotidianas, salvo comer bien y vestirme. Pero después no tenía gustos que excedieran mis gastos”.
Así, el actor de más de cien filmes de “Pajarito Gomez” en 1965 a “Nieve Negra” en el 2017, con títulos enormes y reconocidos como “El romance del Aniceto y la Francisca” (Leonardo Favio) “La Patagonia Rebelde” (Hector Olivera) o “Martin H” (Adolfo Aristarain), recordaba sus comienzos y su vida en una muy buena nota de Clarin:

-Antes de filmar “Pajarito Gómez” se hospedó en la casa de Paco Urondo. ¿Cómo fue esa experiencia?
-Sí, estuve en una época viviendo en la casa de él. Yo vivía en una pensión muy miserable en Avenida de Mayo, muy barata, que recuerdo con cierto asquete. Y un día Emilio Alfaro, que lo conocí en televisión, me ofreció la buhardilla de Paco. Había una casa grande en la calle Venezuela de tres pisos, y en cada uno vivía una familia. En la planta baja vivía Paco, en el segundo piso vivía la hermana del dibujante y gourmet Miguel Brascó, y en el piso de arriba vivía otra familia. Y yo tenía mi buhardilla entre el primero y el segundo piso. Era un espacio tirando a miserable, pero era confortable porque no tenía frío. Y recuerdo que en los primeros tiempos el colchón era una pila enorme de diarios Clarín bien atados. Ponías una cobija encima, o dos, y después la sábana y quedaba muy bien.

-¿Y tenía contacto con el mundo intelectual que visitaba la casa de Paco?
-Iban muchos del mundo literario, del cine, de la cultura en general. Iba Rodolfo Kuhn, lo vi dos veces en mi vida a Cortázar -desde arriba recuerdo verlo mientras cenaba-, también iban David Viñas y León Rozitchner; lo visitaban muchas personas. Era un grupo de gente que formaba parte de esa elite pensante del Buenos Aires de finales de los ’60. Alguna vez los cruzaba en la escalera y me saludaban, pero yo formaba parte de “los mirones”. Miraba como con “la ñata contra el vidrio”, como el tango. Porque por supuesto sabía quién era cada uno.




Por esa época Rodolfo Kuhn debutó en televisión con la serie Los jóvenes viejos. Luppi empezó a trabajar ahí y más tarde fue convocado para hacer el personaje de Pajarito Gómez y luego de Noche terrible. Comenzaba a ser conocido en el ambiente hasta que El romance del Aniceto y la Francisca, dirigida por Leonardo Favio, le dio el golpe de gracia.

-¿Era espectador de cine en su infancia?
-Comencé a ver mucho cine argentino en mi pueblo, donde proyectaban tres películas por $1. Había un cine muy importante, con Muiño, Petrone, Magaña, los grandes actores de la época que hacían un cine de auténtica raigambre argentina; y los grandes directores: Demicheli, Demare, Del Carril. Los personajes, el habla, lo cotidiano, la relación con el glamour; había una visión muy porteña.

-¿Y eso lo marcó?
-Sí, porque tenía que ver con el mundo que yo conocía profundamente: el mundo de caballo, del campo, el mundo agrario. Y todo eso me llenaba de fantasía. Había cosas notables, a tal punto que durante muchos años fuimos competidores oficiales de México.

¿Y cómo ve el cine nacional hoy?
-Se está trabajando muy bien, hay mucha gente joven con mucho talento. Las mujeres están haciendo cosas muy buenas. Y eso revela un cambio muy importante en la cultura cinematográfica.

Con innumerables obras a cuestas, no olvida películas como Plata dulce, Un lugar en el mundo, Últimos días de la víctima o No habrá más penas ni olvido y adjudica la excelencia de los personajes que interpretó a la buena realización de los filmes. Como director, en cine probó suerte con Pasos, y en teatro, La noche del ángel es la primera obra en la que su mirada de director figura abiertamente en el programa de mano, sumado a su rol de adaptador y actor.

-No es lo ideal. A mí me gusta mucho más ser mirado que automirado, aunque codirigí otras obras en las que, como actuaba, no quería aparecer como director. Le tengo miedo a la cuestión del alarde porque parece la metáfora de Juan Palomo: “Lo pelo, lo cocino y me lo como”. No quería eso. Cuando no era un trabajo dedicado fundamentalmente a eso, prefería no aparecer.

-El estreno de esta obra fue en una gira por el interior del país. ¿A qué se debió esa decisión?
-Dada mi estadía en España, hacía once años que no andaba por el interior del país. En 2011 hicimos una gira con Adrián Navarro con Por tu padre y pude ver que el país había cambiado mucho desde mi última gira, que la había hecho más o menos en el ’83, ’84: la mentalidad de la gente, la geografía, el lenguaje, la libertad. Hoy aquella Argentina polvorienta y lejana ya no existía. Con La noche del ángel estuvimos en varias ciudades del interior de La Pampa, Buenos Aires, Entre Ríos, Santa Fe y Córdoba. A mí me gusta la gira, porque te encontrás con un público menos contaminado, más entregado. Y eso que la obra no es facilista.




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