Recién ahora, después de no ver a su ex marido desde enero pasado y de estar legalmente divorciada desde mayo, Fabiana Araujo se atrevió a denunciar a ese hombre que le había bloqueado sus celulares y pór quien ahora tiene un boton antipánico, mientras él tiene una perimetral que le impide acercarse a ella.
La panelista de “Implacables” relató que tuvo amenazas veladas, que tiene pruebas y está todo en el juzgado.
En 2011, le diagnosticaron a Fabiana un cáncer de mama que logró superar. En 2015, se casó con el economista Alejandro Pérez Escoda y, un año después, tuvo síndrome de Guillain-Barre, una enfermedad autoinmune que le produjo parálisis en las piernas y en la mitad de la cara.
Araujo contó en la revista Hola! que hacía un año que estábamos juntos y él se fue a correr una maratón a Nueva York. Pero después me enteré de que había viajado con una ex pareja. Me produjo un estupor tan grande que no pude procesarlo. Cuando lo confronté, él me lo negó. Después de un tiempo me dejó, sin demasiadas explicaciones. Cuando el otro no te reconoce una situación o la niega, no podés arrancar el duelo aunque tengas las pruebas, porque te hace dudar.

Fabiana conoció a este hombre en la casa de su amigo César Juricich tras un tiempo sola, después de estar casada 23 años con Marcelo Araujo.”
Después de casados (con Pérez Escoda) me fui a vivir a su casa de Martínez. Cada vez que él se enojaba, me echaba y yo venía a este departamento. Después me mandaba flores, bombones, pero nunca me pedía perdón. Sólo me decía “Si te dije algo que te ofendió…”. Y yo volvía. A la cuarta vez que me dijo que me fuera, le dije “Si me volvés a echar, ya no vuelvo”, y eso fue lo que pasó el año pasado. Yo no tenía mucho espacio en su casa y por eso me pareció que lo mejor era mantener la mía que, aclaro, mantenía yo económicamente. Nunca le pedí un peso. Él cambiaba mucho de ideas: un día me decía que nos íbamos veinte días a Punta del Este, otro día que nos mudábamos a Estados Unidos, y todo esto sin consultarme. Yo le decía “pero, pará, yo tengo trabajo acá”. Todo el tiempo me decía cosas horribles, después se arrepentía y me decía que me amaba.
–¿Cuándo te diste cuenta de que vivías una relación tóxica?
–[Hace una pausa y se le llenan los ojos de lágrimas]. Cuesta creer mucho que estás metida en algo así. La última vez que peleamos, él me dijo que yo no podía hacerlo cargo de mi enfermedad y yo le decía que no lo responsabilizaba, sino que yo no había podido procesar lo de su viaje a Nueva York. “Vos tenés una genética de m… y una mente podrida”, esa fue su respuesta. Todo esto mientras yo me maquillaba para irme al canal. Me fui a trabajar y, como siempre pasaba lo mismo –cada vez que me echaba me pedía que volviera–, cuando terminé el programa, volví y ahí el demonio salió con todo. Me gritaba “¡Te dije que te fueras!”. Era un domingo de noche, hacía frío, tenía palpitaciones del miedo, me subí a mi auto y me fui. Llamé a mi amiga Susana Roccasalvo y le conté. Me contuvo en el teléfono, me sugirió que llamara a una abogada amiga de ella para que me asesorara, pero no quise hacer ninguna denuncia porque me surgían dudas. ¿Qué iba a denunciar…? ¿Que me había gritado? ¿Que me había echado de su casa? Ahí empezó un largo derrotero, la reconquista: comenzamos otra vez a salir, salíamos a comer, pasamos las fiestas de fin de año juntos. Nos fuimos a Punta del Este como en una suerte de viaje de reconciliación. Estuvo todo tranquilo. Cuando llegamos a Buenos Aires, yo volví a casa y después nos íbamos a encontrar para comer. Cuando entré a su casa, él estaba de gran charla con César [Jurisch]. Les pedí disculpas porque todavía no estaba de ánimo para estar en ese plan y dije que me volvía a mi departamento. Ahí regresó el demonio.
-Hace varios meses que venimos hablando por teléfono para arreglar esta nota, pero recién ahora aceptaste hablar. ¿Fue muy difícil el divorcio?
–Nosotros firmamos un contrato prenupcial con separación de bienes, así que no teníamos nada para dividir. Mi abogado me dijo que después de siete años de convivencia la ley prevé algún tipo de compensación económica, como cubrir algunos gastos, la prepaga, el seguro del auto… Como es muy caprichoso, montó en cólera, lo trató mal a mi abogado y me amenazó con que si “le tocaba el patrimonio lo iba a pagar con mi salud”. Ahí le firmé todo lo que él quería. Salió el divorcio y nunca más nos vimos hasta que en un programa de televisión hicieron un informe sobre nuestra separación. Yo no hablaba en ese informe, pero se sintió muy agredido y me pidió que hiciera una retractación pública donde debía decir que “nos habíamos divorciado en buenos términos, sin ninguna violencia y deseándonos lo mejor”. Quería que lo hiciera quedar como un ser de luz. Ante mi negativa, me cortó los teléfonos, me bloqueó los dispositivos móviles y me canceló mi número histórico de celular. Los aparatos eran míos, pero en pandemia –como yo estaba sin trabajo– los habíamos pasado como parte de la flota de equipos de su empresa y por eso pudo hacer lo que quiso. También me amenazó con publicar videos íntimos. Empecé a vivir con pánico: él sabe todos mis movimientos. Tuve que cambiar las claves de mis cuentas y de la alarma de casa. Un día me dije “¿por qué tengo que seguir con este sometimiento?” y puse una orden de restricción.
