En el medio del caliente tema de las cárceles, el contagio por Covid19 y el pedido de prisiones domiciliarias, se develó en “LAM” que quien quiere acceder a este beneficio y lo pedirÃa ante la Justicia es la ex pareja de Silvio Soldan, “la falsa médica” Giselle Rimolo, hoy de 58 años, quien obviamente alega el miedo de contagiarse en el penal.
Según su pareja, el abogado Juan Gainedú, Rimolo era el año pasado la encargada de limpieza del pabellón de la cárcel de Ezeiza donde permanece detenida.
Asà contó una compañera de Rimolo, Silvina Prieto, sus dÃas en la vida carcelaria adonde reingresó en el 2017, pero adonde ya habÃa estado en el 2004 y asi reflejó su estadÃa su compañera: “Giselle RÃmolo contaba con un séquito que la seguÃa a todos lados. Aunque se trataba de amoldar a la vida tumbera lo mejor posible, nunca pasó desapercibida. Se cuidaba tanto en las comidas como en el más mÃnimo de los detalles de su imagen. Algunas de las compañeras hacÃan de estilistas, manicuras, cosmetólogas o psicólogas. En esta vida todo tiene un precio. Giselle lo pagaba sin chistar.
Cada vez que se duchaba, se generaba una ceremonia. Las estilistas entraban al baño a recuperar el pelo de las extensiones que, con el agua, se iba despegando. Con mucha paciencia lo secaban, peinaban y volvÃan a unir todo con la pistola de siliconas.
Lamentablemente las uñas esculpidas no corrieron la misma suerte. Y sin embargo, ella no se resignaba jamás. DebÃa seguir mostrándose como una estrella: para su familia, su novio y los abogados”.
“Con Giselle, compartimos unos cuantos meses de ese fatÃdico 2004. Se fue un viernes, envuelta en un tailleur de reconocida marca de color rosa, que hacÃa juego con las uñas recién pintadas y el pelo medio ondulado. Nunca pareció una presa común, tampoco lo era, pero se encargó de no sobresalir demasiado. Solemos levantarnos muy temprano. Las primeras mañanas, Giselle peregrinaba a los teléfonos públicos. No paraba de llamar a su abogado para que la sacara lo más rápido posible. La pasó mal y después se acomodó.
Ese viernes, una la peinó, ella se maquilló, se pintó las uñas de las manos y de los pies. Eligió bien la bijouterie, no muy cargada, apenas unos anillos, aros haciendo juego y una pulsera que a último momento terminó regalando como recuerdo. A cada rato iba al baño: el único lugar donde una puede mirarse en un espejo”.