CorrÃa 1970. El hombre habÃa llegado a la luna, el “hasta la victoria siempre†se reducÃa a la cara del Che estampada en remeras y los hippies dejaban de herencia junto al “hagamos el amor y no la guerraâ€, el batik, el Musk y al que querÃa, porros.
En Argentina habÃa pasado el Cordobazo y los milicos seguÃan jugando al “baile del sillón†y mientras Levingston se lo quitaba a OnganÃa, Lanusse esperaba turno custodiando bien las urnas.
Edda DÃaz, Nora Blay, Antonio Gasalla y Carlos Perciavalle habÃan convertido a ¡Help Valentino! y a La Recova en leyenda y Marilina Ross, Federico Luppi y un grupo de actores pusieron con“El tiempo de los carozos†la piedra fundamental de lo que serÃa el futuro café concert argentino.
Para ese entonces, Lino Patalano, que era la mano derecha de Luis Mottura y MarÃa Luz Regás en el Teatro Regina ,y yo que me ganaba la vida en una exportadora de frutas y querÃa ser actor, ya habÃamos escrito, producido, actuado y dirigido “Viaje a la aventura†un infantil que estrenamos con éxito en el teatro Embassy junto a un grupo de amigos entre los que estaban la escenógrafa, diseñadora y artista plástica Maggy Risdon y la actriz y cantante Valeria Vanini. Al poco tiempo se nos unió Monona FrÃas y los cinco, inoculados con el virus del teatro, decidimos que ese año Ãbamos a ir por más.
El Di Tella estaba cerrado y sólo quedaban dos espacios donde los artistas podÃan actuar, cantar y protestar con libertad y sin temor a la censura. Eran La Botica del Ãngel de Bergara Leumann y La Fusa de Coco Pérez y Silvina Muñiz. Asà fue que un dÃa Lino, con ese espÃritu de lÃder que ya tenÃa e intuyendo que detrás de cada crisis siempre se esconde una oportunidad , nos dijo:¿Che,que les parece si ponemos un café concert?.. ¡Dale!, contestamos, sin saber que de esa forma Ãbamos a crear el primer eslabón de la cadena de cafés concert más exitosa de la Argentina, en cuyas carteleras brillarÃan hasta 1977 los nombres de las figuras más importantes del mundo del espectáculo.
Aunque llevábamos una vida de bacanes gracias a los canjes que Lino conseguÃa en el Regina y al buen sueldo que yo ganaba en mi trabajo, estábamos siempre sin un mango. Empezamos a buscar local, sin tener idea de cómo harÃamos para pagar el alquiler y solventar los gastos que demandarÃan las instalaciones. No sé cuánto tiempo nos llevó encontrarlo, pero milagrosamente apareció uno en Libertad casi Santa Fé, a metros del Regina. Era un semisótano oscuro, húmedo e insalubre que según nos dijeron habÃa sido la cocina del hermoso petit hotel de arriba, que ahora era una casa de antigüedades.
TenÃa la ventaja de un alquiler accesible, entrada propia y un ventanal enorme a la calle pero los inconvenientes de una pared que dividÃa dos ambientes, más recovecos que escondÃan algo tras los ladrillos. Pero para eso Lino tenÃa la solución: una maza y su frustrada vocación de arquitecto. Afortunadamente la dueña era la famosa diseñadora de vestidos de novias del atelier Raimunda y estaba dotada de un espÃritu joven y una inconsciencia tal que nos permitió esos y muchos otros desmanes, además de aguantarnos los atrasos en el pago del alquiler.
Todo lo que vino después fue vertiginoso. Los cinco pusimos el lomo, la cara, los sueldos y el trabajo para que en poco tiempo ese oscuro agujero se convirtiera en uno de los locales más sofisticados del momento. Tiramos abajo la molesta pared, descubrimos detrás de unos ladrillos lo que habÃa sido el hueco del ascensor que rápidamente transmutó en cabina de luz y sonido; blanqueamos las paredes, Atlántida nos regaló el alfombrado y Rosenthal la cristalerÃa. Susana Mazuh, la encargada de la casa de decoración y muebles Sapire, nos obsequió las mesitas y banquitos fraileros de lapacho, que eran muy glamorosos pero no tenÃan respaldo.
Para disimular esa incomodidad, Maggy les diseñó preciosos almohadones de diferentes colores, con pompones ad-hoc y el logo estampado de La Gallina. El ceramista Carlos Martinelli nos hizo unos simpáticos ceniceros y ambas cosas resultaron tan bonitas, que fueron objetos de hurto por parte de muchos de los futuros espectadores.
Instalamos un diminuto escenario en una esquina del local y un cómodo camarÃn en el hall. Armamos una cocina. TenÃamos un arreglo con Hiram Walker que nos surtirÃa gratis Old Smugler, el whisky que estaba de moda y compramos gaseosas y unos dudosos jugos de fruta de bidón con los que milagrosamente nunca intoxicamos a nadie.Los improvisados mozos serÃan mi hermano Jorge, mi primo DarÃo y dos de sus mejores amigos, el Rafa y el Ruso que muchos años después iban a convertirse en el acreditado joyero Rafael Rennis y el sastre de las estrellas José Valosen. Al frente de la boleterÃa pondrÃamos a Florencia Llanos, que no era otra que mi mamá y por supuesto “ad-honoremâ€.Fueron también innumerables  las personas que colaboraron con nosotros. Con algunas obtenÃamos préstamos o créditos los que a su vez podÃamos devolver gracias a que otras cambiaban nuestros cheques por efectivo.
Pero quiero destacar especialmente el dÃa en que se apareció por el lugar Linda, la mamá de Lino. El local era un caos pero ella, muy tranquila, se sentó frente a nosotros y sacó de su cartera negra un fajo impresionante de billetes que puso a nuestra disposición para saldar  deudas. HabÃan sospechado que estábamos en problemas y junto a su marido Luigi decidieron hipotecar la casa. Ese acto extraordinario, digno del neorrealismo italiano, pasó a ser una costumbre nada más que en lugar de ser los padres de Lino, fueron su hermana MarÃa y su cuñado Juancito quienes además de atender en su teléfono de Villa Ballester las reservas para el local, de tanto en tanto ponÃan sin dudar su tÃtulo de propiedad en nuestras manos.
Los arreglos corrÃan a toda marcha y aún no sabÃamos con qué espectáculo Ãbamos a inaugurar. Fue entonces cuando Edda DÃaz -que ya era muy conocida por Los Campanelli-pasó por el Regina para proponerle a MarÃa Luz y Mottura un espectáculo. Como el teatro ya estaba programado, era imposible. Entonces Lino le contó del café concert que estábamos armando enfrente y la llevó para que lo viera.
Aquello estaba todavÃa en plena obra y Lino usaba sus mejores argumentos para convencerla de que esa cochambre, que encima bautizarÃamos “La gallina embarazadaâ€, se convertirÃa en un lugar decente y apropiado. Mientras, Edda recorrÃa todo el espacio con una mirada mezcla de terror y admiración. Al cabo de unos segundos que nos parecieron horas, nos miró, y lanzando su famosa carcajada, exclamó: ¡Me encanta! ¿Cuándo debutamos?
A partir de ese momento, sólo nos quedaba terminar los arreglos y armar el estreno. A instancias de Monona decidimos echar suerte a la quiniela y, cruzando los dedos, le jugamos una buena suma al número 1069, que era la dirección del boliche.
Llegó la noche del viernes 18 de septiembre de 1970, rompimos el huevo que cubrÃa la puerta e inauguramos con un show en el que Edda hacÃa un par de números -entre ellos el de mi poema La Gallina Embarazada- y Valeria Vanini cantaba los mejores covers de Mina y Ornella Vanoni. HabÃa otro artista, un muchacho muy buen mozo, que cantaba muy bien y del cual no recuerdo el nombre pero sà que se afilaba a una de nuestras tres socias. Para esa noche, en la que gracias a los contactos que Lino tenÃa por el Regina habÃamos invitado “al tout Buenos Aires†nos mandamos a hacer ropa a medida.
Las chicas eligieron túnicas extravagantes que acompañaron con collares, aros, anillos y pulseras. Lino se mandó a hacer un elegante traje Mao de gabardina negra y yo con mucho menos reparos, me arriesgué a un conjunto de corte hindú en velour de terciopelo color azul eléctrico. La chaqueta, que llegaba casi a las rodillas, se cerraba desde el cuello hasta abajo con pequeños botones forrados y diminutos ojales que desafiaban la paciencia de cualquiera. Debajo, una camisa de seda bordada, color naranja furioso que según habÃa leÃdo estaba asociado (sic) a la juventud, la buena onda, la diversión y la vida social intensa.
La inauguración fue un éxito tremendo y la noche se hizo larguÃsima. No sé cómo fue, pero amanecimos tomando café en el Tabac de Avenida Libertador. Al salir a la calle, el sol alumbraba en forma impiadosa y mi traje azul eléctrico y la camisa naranja eran un atentado a las retinas de quienes venÃan todavÃa somnolientos a desayunar. Hubo quien nos miró como si hubiésemos escapado de la banda del Sargento Pepper. Pero no nos importó. El mundo estaba estrenando una década y nosotros, con la vida por delante, empezábamos a hacer historia.
Elio Marchi
PD: Nos olvidamos de jugar a la quiniela y por supuesto ese fin de semana el 1069 salió con las cuatro cifras a la cabeza no sólo en Buenos Aires, sino hasta en la loterÃa de New York.
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